sábado, 6 de junio de 2009

La histórica Roma

Su origen se pierde en la leyenda de Rómulo y Remo. Lo cierto es que su estratégica posición sobre el Río Tiber, paso obligado de la ruta comercial entre los etruscos al norte y los griegos al sur, le permitió obtener el dominio de la misma, convirtiéndose en un factor importante para su crecimiento y desarrollo.Siglos y siglos de una historia que aún se mantiene viva. Estuvo dominada por monarquías, repúblicas y grandes imperios hasta la llegada del período papal, en el cual la ciudad se convierte en el centro y capital del cristianismo, el fiel reflejo de la ciudad del Vaticano.Edificios antiguos, medievales, renacentistas y modernos se convierten en una asombrosa composición predominante. Hacia el sur de Roma, en las localidades de Fiumicino y Ciampino se hallan los dos Aeropuertos Internacionales. La ciudad se extiende en ambas márgenes del Río Tiber sobre un relieve pre-apeninico del que sobresalen siete colinas, las que permiten obtener varios puntos panorámicos de la ciudad.

La época de la monarquía

Rómulo, según las antiguas leyendas romanas, gobernó hasta el 716 a. C.
Luego desapareció en una tormenta, y se suponía que había sido llevado al cielo para convertirse en el dios de la guerra Quirino.
Por la época de su muerte, la ciudad de Roma se había expandido desde el Palatino hasta el Monte Capitolino y el Monte Quirinal, al norte.
La leyenda más conocida sobre el reinado de Rómulo se refiere al problema de los primeros colonos, quienes se hallaron ante el hecho de que los hombres afluían a la nueva ciudad, pero no las mujeres.
Por ello, los hombres decidieron apoderarse de las mujeres de los sabinos, grupo de pueblos que vivía al este de Roma.
Lo hicieron mediante una mezcla de engaño y violencia.
Naturalmente, los sabinos consideraron esto motivo de guerra, y Roma se encontró empeñada en la primera de la que sería una larga serie de batallas en su historia.
Los sabinos pusieron sitio al Monte Capitolino, y entrevieron la posibilidad de la victoria gracias a Tarpeya, la hija del jefe romano, que dirigía la resistencia contra ellos.
Los sabinos lograron persuadir a Tarpeya a que les abriera las puertas a cambio de lo que ellos llevaban en sus brazos izquierdos.
La condición de Tarpeya aludía a los brazaletes de oro que ellos usaban.
Una noche ella abrió secretamente las puertas, y los primeros sabinos que entraron arrojaron sobre ella sus escudos, pues también los llevaban en el brazo izquierdo.
De este modo, los sabinos, quienes estaban dispuestos a utilizar traidores, pero les desagradaban, mantuvieron su compromiso matando a Tarpeya.
En lo sucesivo se llamó Roca Tarpeya a un peñasco que formaba parte del Monte Capitolino.
En memoria de la traición de Tarpeya se lo usó como lugar de ejecución, desde donde se arrojaba a los criminales hasta que morían.

Patricios y plebeyos

Posiblemente en este ambiente se produjo una división social cuyas consecuencias marcaron los primeros siglos de la República; se trata, claro está, de los patricios y plebeyos, una distinción cuyo origen no está nada claro.
Para algunos, todo surge del propio sistema gentilicio: los patricios coincidían con los grandes propietarios y nobles privilegiados durante la etapa real y, por ello, siguieron monopolizando el control político de la República, mientras que el resto de la población, privada de plenos derechos legales y políticos por distintos motivos, formaría el grupo plebeyo.
Para otros, en cambio, la distinción era étnica: los habitantes de Roma que, lógicamente, disfrutaban de plenos derechos eran los patricios, mientras que entre los plebeyos se incluía la masa de forasteros que estableció en la ciudad para aprovecharse de su prosperidad y a los que la costumbre perpetuó en una situación de inferioridad legal y política.
Fuera cual fuese la causa de la división, lo cierto es que la República la amplió y la hizo más evidente y los escritores romanos presentan su historia más antigua como una serie de conflictos entre los ricos y la masa popular.
Ésta reclamaba el acceso a las tierras confiscadas en las guerras, la condonación de las deudas opresivas y la equiparación social, legal y política, que se consiguió finalmente en el 287 a.C.
En el proceso hubo ocasiones memorables, como los varios intentos secesionistas plebeyos, que se negaron a cumplir sus obligaciones y deberes hasta que se atendiese a sus demandas.

La expasión de Roma

Desde el s. IV a.C. y como consecuencia de la descomposición de la civilización griega y del Imperio de Alejandro Magno, Cartago mantenía una posición hegemónica en el Mediterráneo. Sin embargo, la conquista de Italia convirtió a Roma en una gran potencia que amenazaba sus intereses comerciales y territoriales.
El control de la isla de Sicilia fue el desencadenante del conflicto que enfrentó a Roma con Cartago en las denominadas Guerras Púnicas que se prolongaron más de 100 años. Durante este conflicto Roma se vio asediada y estuvo a punto de perecer.
Finalmente, tras la derrota de Aníbal por Escipión, Roma destruyó el poder cartaginés y pudo ocupar todo el Mediterráneo Occidental incluyendo España, norte de África, Sicilia y Córcega.

La crisis política

La incapacidad de las instituciones republicanas para garantizar la paz social y asegurar la gobernabilidad de todo el territorio, provocó el acceso al poder de los militares con dictaduras como la de Sila, y, fracasada ésta, con triunviratos que terminaron en guerras civiles por las ambiciones personales de sus miembros.
El primer triunvirato (Pompeyo, Craso y Cesar), acabó con la victoria de César. La amenaza que significaba su gobierno personal para la aristocracia republicana explica su asesinato en el año 44 a.C.
A su muerte le siguió el triunvirato de Octavio, Lépido y Marco Antonio que acabó con el triunfo del primero después de una nueva guerra civil contra Marco Antonio.
Octavio Augusto transformó las instituciones republicanas y estableció el Principado, sistema político que dio comienzo a una nueva fase en la historia de Roma, el Imperio.

El Imperio romano


Las etapas de la transformación comenzaron en el 27 a.C. cuando Octavio devolvió solemne y teatralmente al Senado y al pueblo romano los poderes extraordinarios que desempeñaba; a cambio, el Senado reconoció su primacía personal -de ahí el nombre de Princeps- y su máxima auctoritas, le llamó Augustus -un oscuro término religioso que hasta entonces se reservaba para Júpiter-, admitió y renovó su control del ejército y puso el Estado bajo su protección.
La expresión formal de este acuerdo fue que Octavio pasó a llamarse Imperator Caesar Augustus.
Cuatro años más tarde, Augusto y el Senado llegaron a un nuevo acuerdo, consistente en la renuncia del emperador al consulado -que venía desempeñando sin solución de continuidad desde el 31 a.C., y al control de las provincias más importantes: Asia, África, Galia Narbonense e Hispania Bética.
A cambio, Augusto recibió la potestad tribunicia de por vida y el imperium maius: lo primero suponía el derecho a convocar al Pueblo, proponerle leyes y vetar las decisiones de los demás magistrados y lo segundo le colocaba por encima de la jurisdicción de cualquier otro magistrado.
En años posteriores, Augusto acumuló otros honores -la censura, el consulado honorífico de por vida, el pontificado máximo, el título de “Padre de la patria”-, que resaltaban su poder extra-constitucional y le permitían dirigir de facto la marcha de las instituciones.
Además, su increíble fortuna personal -conseguida por las confiscaciones de la guerra civil, el botín de la victoria y Egipto, que permaneció como una propiedad personal suya- le permitía asistir económicamente a los particulares, a las ciudades, a las provincias y al propio ejército: lo que malévolamente podían juzgarse como sobornos, preferían entenderse como las lógicas y debidas munificencias del poderoso hacia sus clientes, que es precisamente en lo que se habían convertido Roma y los romanos.
La solución satisfacía aspiraciones contradictorias pues, manteniendo las costumbres y reglas de la República, otorgaba al Estado la estabilidad e intemporalidad política que tanto se echaba en falta en la época final de la República.
La legitimidad seguía residiendo nominalmente en el pueblo, cuyas asambleas elegían magistrados y votaban leyes; y como el Senado mantenía la privilegiada misión de moderar al pueblo y aconsejar y sancionar las decisiones del Príncipe, el modelo idílico del nuevo régimen no era tanto la “monarquía” cuanto la “diarquía”, es decir, el emperador y los senadores gobernando en armonía.
En la práctica el Príncipe arbitraba y dirigía la vida política: la censura le otorgaba el control sobre la composición del Senado; la potestad tribunicia convertía a los demás magistrados en administradores de sus decisiones y, finalmente, su prestigio y su dinero le autorizaban a influir en las asambleas en favor de sus candidatos y a convertir en mero trámite la aprobación de las leyes.

La Roma republicana

En la práctica, lo único que desapareció fue la figura del rey.
Para detentar su poder -lo que los romanos llamaban imperium-, aparecieron dos magistrados, los cónsules, que se elegían anualmente y que tenían poder de veto mutuo.
No cambió el Senado, formado por miembros vitalicios y que, en la época anterior, se encargaban de aconsejar a los reyes.
El tercer gran elemento constitucional, la Asamblea centuriada, surgida de la milicia romana y donde los ciudadanos ricos tenían voz y voto en los asuntos de estado, pudo haber existido ya en época real.
En definitiva, la República sólo reforzó y acrecentó el carácter aristocrático del régimen, que era el reflejo de una organización social muy peculiar.
En la base del sistema estaban las gentes, que eran grupos formados por el recuerdo de un antepasado común y de lazos de sangre.
Las gentes eran más antiguas que la misma ciudad y cada uno de ellas tenía sus propios ritos religiosos y jurisdicción sobre sus miembros, que incluían a los descendientes del ancestro mítico y a sus clientes y dependientes.
Al organizar la ciudad, los etruscos impusieron nuevas instituciones sobre el sustrato gentilicio, pero el liderazgo natural siguió recayendo en los cabezas de cada gens, que formaron el Senado y acapararon los cargos públicos y religiosos

Una sociedad urbana

La ciudad romana por excelencia es Roma, que llegó a alcanzar casi el millón de habitantes durante el Imperio, pero gran parte de la expansión geográfica y en el tiempo del Imperio Romano es debido a la construcción de una gran red de ciudades (Civitas) interconectadas entre ellas que formaban la estructura civil y social del Imperio, permitiendo el comercio entre Roma y los distintos pueblos y sirviendo así de soporte a la romanización de los territorios conquistados.Las ciudades romanas surgen de los asentamientos romanos. El más antiguo de estos asentamientos fue el Castrum.Un Castrum era un campo militar romano, el diseño de los Castrum era extremadamente simple, un muro perimetral, rectangular casi cuadrado que envolvía el recinto y que contaba con torres de vigilancia y con puertas en el centro de cada uno de los lados. Estas muro perimetral consistía en dos murallas paralelas de sillería rellenando el espacio medio entre estas con piedras, mortero y hormigón romano. Las murallas tenían una altura y tamaño variable dependiendo de la situación militar del Castrum. Partiendo de las puertas situadas en el centro de cada lado de las murallas, salían dos calles principales que se cruzaban en ángulo recto en el centro de la ciudad. Estas dos calles eran denominadas el Cardo Maximus y el Decumanus para las calles norte sur y este oeste respectivamente. Estas calles principales dividían la ciudad en cuatro, que se subdividían a su vez en Insulae (bloques de casas) por medio de otras calles menores en forma de retícula. En el cruce de estas dos calles se ubicaba el foro de la ciudad y el mercado. Las ciudades romanas estaban diseñadas de esta forma para el correcto funcionamiento de los servicios públicos y militares. A pesar de la gran organización de estas ciudades, las calles carecían de nombres y de numeración.Para su construcción se usaban como materia prima, la piedra, la arcilla, la argamasa y la madera, usando grúas y poleas como maquinaria.En un principio, aunque las ciudades romanas surgieran de asentamientos romanos amurallados, crecieron como ciudades sin estas murallas que envolvían el asentamiento primitivo ya que el poder militar romano dejaba fuera de peligro a los núcleos urbanos. No fue hasta las invasiones germánicas que las ciudades se amurallaron.Los Romanos trataron de crear un entorno urbano digno de vivir, por ello una de las construcciones principales de las grandes ciudades romanas fueron los acueductos, por donde se transportaba el agua directamente de los manantiales a cisternas que distribuían el agua a fuentes distribuidas por toda la ciudad, esto posibilitaba el crecimiento de la población. Otra construcción de gran importancia de estas urbes fueron las alcantarillas que daban salida a las aguas residuales fuera de la ciudad, otras obras necesarias para mejorar la vida en la ciudad son las fuentes, los puentes, las termas, los baños, los mercados, el pavimento, etc.La importancia de la ciudad dependía de la economía y del punto estratégico militar de la misma. Para calcular su importancia económica y cultural se tenía en cuenta la arquitectura de la ciudad, donde podíamos encontrar obras civiles como templos, tanto en el foro como fuera de él, basílicas, teatros, anfiteatros, circos, necrópolis, etc. Existían varios tipos de ciudad, dependiendo de sus orígenes, cada una tenía sus propios derechos, las ciudades coloniales, que eran fundadas por veteranos y colonos romanos tenían muchos más privilegios que otras como las federadas o las estipendiarias que pagaban tributos a Roma, estas dos últimas eran generalmente indígenas. Varias de las ciudades actuales muestran aún rasgos de sus modelos originales romanos como la ciudad de Castres en Francia o Florencia en Italia. Los romanos crearon muchas ciudades en España como Barcelona, Zaragoza, Valencia, Mérida, Córdoba y Sevilla.

La división del Imperio

Desde antes de la muerte de Cómodo, emperador desde el 180 hasta el 192 dC., el Imperio se veía sumido en disputas y guerras intestinas. Septimio Severo reclamó el trono en el año 195, inaugurando la dinastía de los Severos, que duró cincuenta años.Pero éstos se mostraron incapaces de resolver los problemas del imperio. Aumentaron el poder de las legiones sobre el poder civil y como era predecible, en el 235 Severo Alejandro, el último de esa dinastía, fue asesinado por sus tropas. Esto sumió a Roma en una nueva crisis institucional, llegando a tener 15 emperadores en el siguiente medio siglo. Todos resultaron ser asesinados. El único que llevó un poco de paz entre tanta sangre derramada fue Aurelio, en un período que va del 270 al 275 dC.Diocleciano ascendió al trono en 284, y ante la necesidad de regular el caos intestinal que reinaba en el Imperio, creó la forma de gobierno conocida como Tetrarquía. La misma constaba de dos co-emperadores (Augustos), y debajo de ellos, dos vice-emperadores (Césares). Los Césares estaban sometidos a las órdenes de los Augustos, y los sucederían a su muerte. La tetrarquía no sobrevivió a la muerte de Diocleciano y nuevamente el caos y el descontento se hicieron presentes.En el 324 dC. asciende al trono imperial Constantino que lleva a cabo dos importantísimos cambios: convierte al cristianismo en la religión oficial del Imperio y, la que tiene que ver más intimamente con este artículo, ordenó construir una "nueva Roma" en la ciudad de Bizancio (actual Estambul) y la llamó Constantinopla. La ciudad provocó aún más la separación del imperio, y pasó a ser el centro administrativo e institucional del Imperio.El emperador Valentiniano en el año 364 dio el Imperio de Oriente a su hermano Valeno y treinta años después, Honorio hace oficial la división. Toma para sí mismo la parte occidental y le cede a su hermano Arcadio la parte oriental.Durante el siguiente siglo Roma sufrió incesantes invasiones. Alarico y sus visigodos procedentes de Germania saquearon Roma durante tres días. Los bárbaros también invaden a partir del año 406, empujados a su vez por los hunos de Atila, provenientes del corazón de Asia. Odoacro, jefe de los hérulos - oriundos también de Germania - depone al último emperador de occidente - Rómulo Augústulo - y se declara rey de Italia en el 476 dC.El Imperio de Oriente sobreviviría como Imperio Bizantino hasta 1453, año en el que cae en poder de los turcos otomanos... casi mil años después de su hermano occidental.